Filipinas

En cuanto aterrizamos en Manila nos dimos cuenta de que nos encontrábamos ante una típica ciudad asiática con su caos, su desorganización y su cableado eléctrico. Sin embargo tenía algo que la hacía diferente: el hostal Friendly´s y su dueño Benji. ¿Cómo una persona puede hacer que vivas una ciudad desconocida de tan diferente manera? Benji nos integra entre grupos de turistas con sus tardes de vino y queso, nos lleva de compras, nos enseña los mejores lugares, mejores consejos…un 10. Lástima que por lo que hemos leído este hostal ha pasado a mejor vida.

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Cansados de la ciudad, tomamos uno de esos autobuses de 9 horas imposibles de olvidar gracias a su aire acondicionado puesto a toda pastilla que nos hizo pasar un frío horrible. Por suerte, el sufrimiento mereció la pena al llegar al norte del país, Banaue, lleno de paisajes de terrazas de arroz impresionantes.

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Habíamos oído hablar de Batad como uno de esos lugares imprescindibles de Filipina y vaya si lo es. Las vistas desde el hostal Simon’s dejan sin aliento.

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Y la Oficina de Turismo también … 😛

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Después de varios días por el norte, volvimos a Manila desde donde volamos a Corón, en la isla de Palawan. El avión resultó ser una avioneta de hélices con 7 pasajeros. Muy divertido pesarnos uno a uno y a nuestras respectivas mochilas para ver el avión soportaría el peso. :S También fue muy divertido cuando el piloto anunció el aterrizaje y al asomarme a la ventana no había pista alguna, sólo una explanada de tierra y una caseta que hacía el papel de aeropuerto y tierra de control.

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Corón, es el paraíso filipino para los submarinistas. El fondo marino esconde «wrecks», enormes barcos cargueros hundidos durante la segunda guerra mundial y a bucearlos hemos venido. Nos alojamos en un modesto hostal y cuál es nuestra sorpresa que nos encontramos al por entonces alcalde de Sant Andreu de Llavaneres, el gran Bernat Graupera!!! Que pequeño es el mundo…

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El lleva ocho años sin hacer una inmersión pero desoye el consejo del dive master de realizar un curso recordatorio y se une a nosotros para adentrarnos en estos gigantes marinos. Todos tenemos el Open Water que permite bajar a 18 metros. Sin embargo, hacen la vista gorda y bajamos a 30 metros para meternos dentro de los cargueros.

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Bajamos en el siguiente orden: primero el dive master, Javi, Bibi y en último lugar Bernat. Al llegar al carguero, seguimos al dive master, que lleva una linterna, y nos adentramos en un oscurísimo agujero y me hace la señal de si está todo ok. Le doy el ok, me giro y bibi me da el ok y Bibi se gira y … ¡no hay nadie! Bernat se ha esfumado. El dive master nos dice que esperemos, se va tras Bernat y lo peor de todo, se lleva la linterna. En cuestión de segundos, Bibi y yo estamos abrazados en un pasillo de un barco enorme y tan a oscuras que no nos vemos el uno al otro. Los nervios hacen que respiremos más rápido y eso implica que fundamos el tanque de oxígeno más rápido. ¿¿Estamos locos?? ¡Solo pensamos en salir! ¡Que agobio! ¿Estará bien? Pensamos lo peor…

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Los minutos pasan como si fueran horas, está todo muy oscuro y visibilidad cero, intentamos controlar la respiración pero los nervios se apoderan de aire y no podemos hacer nada, solo estar quietos…

Al cabo de un rato (no sabemos cuánto ha transcurrido), aparece el dive master y nos indica que Bernat está bien pero casi no tenemos oxígeno así que nos dirigimos a la superficie. Al llegar arriba, Bernat nos cuenta que se ha agobiado por la poca visibilidad y tantos metros de profundidad y ha subido del tirón y ¡sin hacer descompresión! Primera lección del manual de submarinista: nunca subas de golpe porque pueden explotar los pulmones, oídos…menos mal que esta vez ha transcurrido poco tiempo en el agua y ha tenido final feliz. ¿Nos lo tendríamos que haber cargado por el mal rato que nos ha hecho pasar?

Al día siguiente, después de superar el susto, decidimos quedarnos en tierra y alquilamos una moto para recorrer esa punta de la isla. Nos recomiendan llegar a un parque con muchos animales. El camino, por supuesto, es de tierra, con sus baches, sus socavones, sus troncos obstaculizando el paso. Al principio es muy divertido pero al cabo del rato, el culo empieza a doler, a doler mucho, sentimos un hormigueo, se duerme…decimos dar media vuelta y Bibi coge los mandos de la moto. Al llegar al pueblo, todo el mundo nos mira y se ríen. Les resulta gracioso que una mujer lleve a un hombre. Javi quiere bajarse pero la moto acelera más… jajajja.

Nuestro siguiente destino dentro de la isla de Palawan es El Nido, conocido por sus playas paradisíacas y su tranquilidad. Para llegar a El Nido desde Coron, tenemos que esperar que salga un barco. Pero no es un barco cualquier, es un barco «todo uso» y ahora entenderéis por qué.

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Bernat quiere pedir un camarote mirando a popa, con buenas vistas, cama doble, baño dentro de la habitación y aire acondicionado. Según sus palabras «ha llegado uno a una edad que necesitas comodidad». Por nuestra parte, nos conformamos con un colchón para dormir ya que vamos con presupuesto ajustado.

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Al llegar al «yate» veo como algunas caras se deforman ante la incredulidad de lo que están viendo. Sus deseos de mirar a popa, está concedidos. Pero….miraran a popa en un barco carguero que se cae a trozos, cargado de comida y materia prima por un lado, animales como gallinas, cerdos, etc.. por otro y en la parte superior del barco, a la intemperie y tumbados en el suelo o el mejor rincón que uno pueda encontrar amontonados y hacinados entre otros pasajeros.

No os podéis imaginar el cachondeo y las burlas que ha tenido, jajajjaa

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Pero lo peor de todo, es que al llegar al barco, nos dicen que hoy no sale. ¿Explicación? Todavía no está lleno. Tenemos que volver al día siguiente. ¿Partimos hoy? No, el barco todavía no está lleno…puntualidad japonesa, claro que sí!!! A la tercera va la vencida. Nos acomodamos como podemos y pasamos las siguientes 16 horas de trayecto observando a nuestro alrededor. Creo que en el fondo, en el fondo muy profundo…seguimos buscando la cafetería…jajajaja

Tenemos que decir, que al llegar al El Nido todo pensamiento malo se esfuma y se olvida. Es un lugar único, idílico y paradisiaco. El típico lugar que justifica cualquier viaje, por lo menos en el año que estuvimos nosotros, el 2006. Ahora hemos leído que es muy turístico, que hay lugares mejores y demás pero el recuerdo que tenemos nosotros es de paraíso absoluto.

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Dejamos El Nido muy tristes, nos quedaríamos más pero el sino del viajero es tener que partir. Así pues, tomamos un Jeepney, el buseto público filipino para dirigirnos a Port Barton. El pequeño trayecto se alarga más de lo previsto debido a que las lluvias han dejado socavones y tenemos que bajar para poner maderas y rellenar los huecos. Los puentes no tienen mucha consistencia y lo tenemos que cruzar a pie… XD Finalmente llegamos a nuestro destino paradisiaco y una vez más ha merecido la pena.

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El viaje lo acabamos en Sabang y su Río Subterráneo lleno de murciélagos que recorremos de arriba abajo antes de tomar un avión de vuelta al origen, el hostal Friendly’s en Manila.

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Filipinas… un país increíble, seguramente nuestro país preferido de todo el sudeste asiático y al que seguro volveremos algún día.

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